Children
La presencia de ciertas constantes a nuestro paso y su compulsiva reiteración suelen tornarse rápidamente en materia indiferente, con escaso arraigo en nuestra conciencia.
Compulsiva es también la presencia de la violencia, de la injusticia y de las múltiples formas de opresión. Todo esto llega hasta nosotros, en el mejor de los casos, con el filtro de la estadística, de los cuadros y diagramas explicativos que diluyen el horror en cifras e indicadores acerca del crecimiento o detrimento de tal o cual padecimiento. Sin estos filtros, entendidos como sinónimos de verdad y de raciocinio, nuestra cordura pendería de un hilo.
Paradójicamente, mientras los filtros cumplen su función tranquilizadora las imágenes oficiales retransmitidas de la desgracia son consumidas ávidamente; tal vez como paliativo para nuestra propia morbosidad, tal vez como equilibrio psíquico protegido por la distancia que nos permite ubicarnos lo suficientemente lejos –no solo geográficamente- del epicentro del crimen, del desastre o de la brutalidad. Sin embargo, la reflexión a partir de estas secuencias no nos es ajena y podemos entender en ellas el fin de ciertos órdenes de cosas.
En este universo de imágenes cotidianas aquellas de niños trabajadores reducidos a condiciones de vida miserables suelen encontrar en el olvido su más claro reconocimiento. Más lejanas aún serán las de niños sicarios o hundidos en espirales de violencia, convertidos en materia de intercambio por mafias organizadas protegidas por la corrupción. Dirigir la mirada a ese otro niño (y a nuestro consecuente reflejo) se torna, entonces, en un ejercicio pocas veces deseado pues esta introspección nos llevará, de una u otra manera, a nuestra propia esfera infantil con sus particulares oscuridades y precariedades.
Desarrollando una técnica ya empleada para la serie Lucubre (2010) en la cual se exploró el erotismo, Paolo Vigo se desentiende de la bruma de Spleen (2010) para continuar indagando en la neutralidad de la tela casi cruda. Titulada escuetamente Children; esta nueva selección de obras pretende abrir un espacio detenido en la infancia negada otorgando, ante todo, la posibilidad de confrontarse con aquella otra mirada que por un momento cederá terreno ante la pasividad.
Economizando los elementos ornamentales que suelen ser parte de su lenguaje, Vigo concede a la fuerza de su dibujo la potestad de llevar al primer plano estos retratos anónimos –así como los objetos o evocaciones que aluden a sus posibles historias- en un afán de devolverles el protagonismo de sus propias experiencias y, en un gesto generoso, retornarles el derecho (no estipulado constitucionalmente) a soñar y a ser los dueños de sus propios destinos.
Valeria Quintana Revoredo
Agosto 2011